Don Vasco de Quiroga llegó a Michoacán para construir la Utopía. En los pueblos purépechas que fundó mantienen con orgullo sus tradiciones, mientras la gastronomía y las artesanías de la región reciben reconocimiento mundial.
D on Vasco o Tata Vasco como era conocido en tierras mexicanas –aún hoy es recordado con este nombre- es considerado una de las grandes figuras españolas del comienzo de la Edad Moderna, como uno de los grandes humanistas de su época. Aunque de ascendencia gallega, nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en la séptima década del siglo XV (1470-78) y murió en Uruapan (México) en 1565. Don Vasco se formó en Leyes y se licenció en Cánones en la Universidad. Esta formación y su proximidad a la Corte hicieron que desempeñara distintas funciones ligadas a la administración de justicia. Fue juez de residencia en Orán, formó parte del cuerpo de Letrados de la Corte de los Reyes Católicos, actuó de delegado de la Corona en la firma de los Tratados de Paz con el rey de Tremecén (1526). Pero sin lugar a duda, sus dos grandes ocupaciones fueron las de oidor de la segunda Audiencia de México y la de obispo de Michoacán.
S u interés por el nuevo mundo aumentó al mismo ritmo que crecían las disposiciones de las Cortes y del Consejo de Indias para proteger y ayudar a las poblaciones autóctonas. Para esta tarea era fundamental la labor de los misioneros. Las noticias que llegaban desde el nuevo mundo sobre los constantes abusos sobre la población indígena eran constantes. Los testimonios de los dominicos fray Antonio de Montesinos y fray Bartolomé de las Casas sobre las crueldades e injusticias que los conquistadores españoles estaban cometiendo y la comprobación in situ de la miseria en la que vivían los indios, sirvieron de acicate para que nuestro personaje centrase sus esfuerzos en la defensa y protección de estas poblaciones.
S in embargo, y al contrario de lo que podría parecer, su actividad en el nuevo mundo no debe relacionarse exclusivamente con su etapa como obispo. De hecho, su desempeño como oidor fue llevado a cabo como seglar, y fue en esta etapa en la que se dieron las primeras actuaciones para dar a conocer esta situación de injusticia –nada más llegar a Nueva España envió una carta al Consejo de Indias para denunciar indignidad humana a la que eran sometidos los indios por los conquistadores- y comenzar con las primeras actuaciones.
U na de las más interesantes fue la creación de sus famosos pueblos-hospitales. No eran otra cosa que pequeñas comunidades de indios –exclusivamente de indios- de autoabastecimientos y guiados por Ley de Dios. Dentro de estas comunidades se esforzó especialmente por la creación de escuelas, colegios y sanatorios. Con ello se cumpliría una de las principales encomiendas establecidas por la Reina Isabel en su citado testamento como era la labor colonizadora, la evangelización, la curación y sanación de los enfermos y, especialmente, la enseñanza. A ello se sumó la publicación de numerosas obras dedicadas a esta población con recomendaciones, consejos y derechos y leyes para la protección de la vida indígena.
S u labor en Nueva España puede dividirse en dos etapas. La primera estuvo marcada por la fundación de pueblos-hospitales; en ellos primaba la recuperación física de los indios y su desarrollo social y la autosuficiencia económica. La segunda consistió en una la labor pedagógica. Consolidadas estas poblaciones, y tras ser consagrado obispo, tuvo que comenzar formando a un grupo de clérigos colaboradores. Para su instrucción creó el Colegio de San Nicolás de Pátzcuaro, considerado el primer seminario de América y que con el tiempo se convertiría en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de Morelia. De forma paralela fundó y dotó una importante biblioteca donde destacaban especialmente los libros eclesiásticos y las obras de los autores clásicos.